Nadie discute la
importancia de la
confianza como un valor decisivo para
el ejercicio profesional. Por tanto, resulta
necesario invertir esfuerzos, dedicación y recursos para mejorar la calidad de los
conocimientos, competencias, fortalecimiento de la autonomía, y
mejoramiento de los espacios de interacción de los profesionales, porque
siempre resultará un activo cuyo poder repercutirá tanto en la sociedad como en
el mismo desarrollo de la profesión y sus miembros.
Desde la etimología, la
confianza la encontramos en el verbo
latín confido, is, fiar, tener seguridad de la fe de alguien. En
este caso, una fé relacionada con el compromiso de un profesional frente al
cumplimiento de su fin y propósito de la profesión.
Constituye así un hecho
básico, fundamental del ejercicio profesional, puesto que quien recibe los
servicios de un profesional, coloca sus expectativas, con todo el sentido de la
fé en él y en lo que representa la
profesión para la sociedad. En este
nivel, la confianza se constituye en un rasgo natural de un profesional, y así
da lugar al establecimiento de reglas de conducta apropiadas -normas
deontológicas- como elementos que indican hasta donde pueden llegar las expectativas,
o que esperar de un profesional.
¿Pero porqué se debe confiar en
un profesional? el punto de partida de su respuesta no es otro que la la historia
y tradición de cada profesión; lo cual conlleva
la construcción de un imaginario, un legado, un aporte, y todo aquello que forma
parte del objeto de la profesión, de lo
que es evidente, y lo hace diferente de otra profesión. Un profesional confiable será entonces aquel que desarrolla toda la
calidad científica, técnica, moral con autonomía y capacidad de respuesta a los
problemas, situaciones y estados que la sociedad le ha confiado históricamente
a la profesión de la que hace parte.
Por esto, un profesional
debe ser fiel al objeto de su profesión
que históricamente la sociedad le ha confiado, si cambia el objeto, transgrede
a la profesión y la convierte en otra. También no solo debe parecer un profesional
competente, sino ser calificado y reconocido como tal.
Esto significa que quien
recibe los servicios de un profesional, espera que éste sepa y cuente con el conocimiento específico en su campo de
acción, y además represente un patrón de humanidad. La confianza así constituye
un valor, que cuando se da es preciado,
y cuando no existe se le añora, y la sociedad lo repudia, y no lo olvida.
Para contestar la
pregunta, también vale la pena considerar que la confianza es (…) una actitud
ante el futuro. En sentido metafórico podría decirse que la confianza puede
aplicarse a cualquier cosa, pero en sentido estricto sólo se puede confiar en
personas, porque sólo ellas pueden haberse comprometido a actuar de una
particular manera. Así se confía en la
seguridad que me da un profesional que conoce sus deberes y derechos, sus
obligaciones y responsabilidades consigo mismo, con sus colegas, con los otros,
las instituciones y la sociedad; que conoce su orden profesional: las normas,
valores, principios, competencias.
Como parte de la autonomía de una profesión, la confianza
tiene indicadores y por tanto permite
medirla, valorarla y apreciarla, valorando de esa forma también la autonomía.
Un profesional sin autonomía hace que no se tenga confianza en él. Por ello, la confianza es una característica
cultural aglutinante de los miembros de una profesión, y por tanto condiciona
el bienestar de una profesión y sus miembros, ya que, de alguna manera el nivel
de reconocimiento social, está relacionado con el nivel de reconocimiento de la
autonomía inherente a los miembros de la profesión.
He aquí la importancia de fortalecer y /o recuperar la
confianza y la legitimidad , que como
todo valor si no se cultiva, se disminuye o pierde. Para esto, todos y cada uno
de los profesionales deben asumir un papel protagónico y el compromiso para crear una sociedad más justa. Y dicha
fortaleza se logra , primero que todo, con la práctica del diálogo.
Para una profesión
perder o disminuir la confianza en una
sociedad , significa perder el crédito moral y financiero , con consecuencias y repercusiones directas negativas en el
desarrollo profesional y de sus miembros. Así, la confianza hay que
ganársela y desarrollarla con la existencia
de un diálogo de la profesión primero entre sus miembros y luego con otros
actores, caracterizado por la
transparencia, la búsqueda de mutuo beneficio y la existencia de un proceso
estructurado de reciprocidad, donde se persiga fortalecer mutuamente las relaciones.
Es este diálogo bien entendido el que
dispone de una extraordinaria capacidad generadora de confianza y donde el peso
del proceso tiene tanta importancia, o más, que el propio resultado.
Practicar la dialogicidad
es un asunto práctico que permite establecer compromiso mutuo y reciprocidad. Por último, es necesario señalar que la confianza se puede gestionar… he aquí
el papel de las organizaciones profesionales.
Si la confianza es un
activo valioso , resulta razonable incorporarlo en los planes de acción de
estas organizaciones, las que deberían comenzar – y desde la academia-
determinando cual es el índice de
confianza de la profesión por la sociedad, y si no es representativo, debería constituirse en el
programa bandera que lidere la visibilidad, reconocimiento social y económico
de la profesión. Sin esta punta de lanza
cualquier esfuerzo por reivindicar una profesión puede fracasar. Seamos
entonces creativos.
Gracias Albalucia por compartir tus reflexiones sobre un pilar del ejercicio profesional, la confianza.
ResponderEliminarCiertamente se alimenta de la transparecia y del espíritu de servicio.